Hace pocas semanas se viralizó una particular transmisión de un partido de la liga inglesa de fútbol entre el Manchester United y el Fulham. Más allá de la proyección de un partido regular de este torneo europeo, lo verdaderamente innovador estuvo en que el encuentro se pudo ver, por primera vez, en la pantalla cilíndrica de The Dome, un espacio de 6.000 mil metros cuadrados en el Cosm de Inglewood (en Los Ángeles, California).
La transmisión se adecuó de tal manera que los asistentes a ese lugar se acomodaron como si estuvieran en las mismas tribunas del Old Trafford, estadio del Manchester United.
En este mismo año, los Juegos Olímpicos de París 2024 fueron la mejor muestra de ese esfuerzo de miles de empresas en el mundo por lograr cambios frente a lo establecido para así brindar mejores experiencias. Allí, por primera vez, se utilizaron procesadores de alta potencia (Intel Xeon) para mostrar una experiencia de retransmisión en directo 8K, de extremo a extremo.
Los dos ejemplos revelan la esencia de una palabra que hoy por hoy ya es muy conocida en múltiples ámbitos, pero que a muchos les cuesta entender su alcance. La innovación es, en la actualidad, transversal al crecimiento de una empresa o segmento de la economía: modifica la rutina de la gente y mejora sustancialmente su calidad de vida. Se trata de un mecanismo que lo han entendido e interiorizado muchas organizaciones que pretenden destacar y ser diferentes.
Hoy, la inversión en innovación es fundamental en economías de países considerados como potencia, al igual que en las economías en vías de desarrollo. Datos citados por el Foro Económico Mundial muestran que la innovación ha facilitado la llegada de fondos de capital de riesgo para encontrar mecanismos de inversión. Los resultados han sido llamativos, con ‘oportunidades de financiación, intercambio de conocimiento, conexiones y escalabilidad’, dice el Foro. Esto último se materializó cuando, de acuerdo con un informe de CB Insights, América Latina recaudó más de 600 millones de dólares y fue epicentro de 98 fusiones y adquisiciones en el primer trimestre de 2023.
Estados Unidos, desde el año pasado, inyectó cerca de 150 millones de dólares en el desarrollo de siete nuevos institutos focalizados en la investigación y el provecho de la inteligencia artificial. El monto hace parte de una inyección total de capital que se hizo desde la Casa Blanca en proyectos de innovación valorada en poco más de 500 millones de dólares.
Tecnología como base de la innovación
¿Qué significa innovación? Quizás el término resulte desconocido, ambiguo e incluso a veces forzado en un contexto en el que personas y empresas quieren hacer algo más y que este esfuerzo adicional sea distinto, diferente, cambiante, ‘innovador’. En un artículo de mayo del 2012, el periódico The Wall Street Journal ya alertaba sobre esta situación, al mencionar que la palabra ‘innovación’ había aumentado en uso, pero disminuido en significado. Allí se resaltaban cifras como que el 43% de los directivos ya decía que su empresa tenían un director de innovación o cargos similares; así mismo, el 28% de escuelas de negocios tenía una palabra relacionada a innovación en el planteamiento de su misión.
Lo cierto es que al hablar de innovación debemos aclarar que no se trata de encontrar un avión que vuele al revés, un carro que emplee llantas cuadradas, un celular que nos permita ver el futuro o un gadget que prometa la eterna juventud. Al respecto, todos coincidimos en algo: la innovación incorpora productos y tecnología; propone algo diferente; y agrega valor. Y fieles a esa propuesta encontramos la palabra que impulsa gran parte de la innovación: tecnología. De ahí que múltiples empresas del sector tecnológico hayan comenzado a jugar un papel fundamental en los procesos de innovación, ya que es en esta industria donde surgen las ideas, que a su vez se transforman en realidades y promueven los cambios que dan forma al mundo que nos rodea.
Los casos son innumerables. A veces notables y que causan asombro; a veces imperceptibles, pero revolucionarios. Por ejemplo, muchos argumentan que el Sistema de Producción de Toyota fue una de las grandes innovaciones del siglo XX. Cuando salía el primer iPhone, en 2007, el equipo fue criticado por no ofrecer algo distinto. De hecho, Steve Jobs mencionaba que esta creación era la combinación de cosas existentes: un iPod con controles táctiles, un teléfono móvil, y un dispositivo que se conectaba a Internet. El resto es historia.
A la lista podemos añadir las innovaciones que hoy se han convertido en el ‘cerebro’ de los millones de equipos que mueven el planeta. El desarrollo de microprocesadores cada vez más pequeños pero a su vez mucho más potentes denota que hay todo un ecosistema detrás de lo que disfrutamos hoy como usuarios y que permite mayor inteligencia. Un computador más rápido, un data center que analiza trillones de datos por segundo, un chip 5G que le da conectividad a sensores que antes no podían enviar o recibir mensajes.
En este sentido, es importante entender que a la innovación la condiciona la capacidad de imaginar y de poder materializar procesos que cambian radicalmente. Por ejemplo, la forma como un médico detecta de manera temprana una enfermedad de base. O cómo la industria de las comunicaciones se acopla para que los usuarios sientan más de cerca la transmisión de un partido de fútbol o una carrera de la Fórmula 1.
Pasa por entender este progreso como una comunión entre el sector tecnológico y la capacidad de las empresas para comprender las necesidades de los consumidores, que están a la expectativa de mejorar sus experiencias.
Repensando el futuro
Para avanzar con la innovación y que siga siendo motor imprescindible para el progreso y el futuro debemos ir más allá de pensarla como un modelo de negocio. La idea es comprender que las bases del avance de la sociedad, incluido el cierre de brechas económicas, atañe también a las empresas que anclan su expansión en la creación de modelos disruptivos.
Justamente allí es donde se fortalece y se hace necesario el trabajo mancomunado entre los estados y las empresas. En países de América Latina, la necesidad de encontrar sinergías entre sector público y la industria privada ha llevado a que se dé vida a alianzas en las que lo público abre puertas para facilitar la infraestructura y lo privado invierte en las ideas, su estructuración y ejecución, con miras a mejorar las condiciones de vida de la ciudadanía.
No obstante, una oportunidad de mejora es que en países como Colombia se entienda que la inversión en el desarrollo, innovación, ciencia y tecnología urge. Cifras de la Asociación Nacional de Empresarios de Colombia muestran que la inversión en innovación local representa tan solo el 0,21% del Producto Interno Bruto (PIB), mientras que el promedio de los países de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (Ocde) destina, al menos, el 1,5%.
La oportunidad es única e inyectar el dinero necesario será fundamental en una industria que se lleva la atención mundial. La Guía de Gasto Mundial en Transformación Digital, de IDC, estima que para 2027 la inversión global en transformación digital será del orden de los 4 billones de dólares. Teniendo como protagonista a la inteligencia artificial, dice la firma consultora, la transformación digital, clave en todo lo relacionado con innovación, repuntará a una tasa de crecimiento anual del 16,2% en los próximos tres años.
He ahí otro pilar clave de la innovación como motor del progreso que tendrían que sopesar los países de América Latina: el crecimiento podrá ser desbordado, y las soluciones inimaginables, siempre y cuando exista la infraestructura para que los cambios no se queden en ideas.
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